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La importancia de dar gracias a Dios

Cuando le llamáis para que os ayude, Él ya ha dispuesto lo necesario. Pero hay que tener fe, una fe grande, y una gran gratitud

(CEV) "Los Quadernos 1944", p. 118

Jesus dice: "Ven, [...] vayamos juntos a leer a mi Daniel y el tuyo en el trozo en que cuenta de tres niños que le gustaron a Dios porque manifestaron esa fe, esa confianza y esa fidelidad, que son propias de los niños y creyeron con tenacia, creyeron sin titubear, creyeron también en una prueba tremenda, porque amaban 'con la mente, con el corazón, con todas sus fuerzas, con todo su ser, al Señor Dios"'.

Siempre ha habido tiranos. Y en el ejercicio de su tiranía - de la que se sirve Satanás para pervertirles y para angustiar a sus súbditos haciéndoles desconfiar sobre todo de Dios -, se complacen en promulgar leyes inicuas, proclamadas bajo el estímulo de la soberbia y apoyadas en la fuerza de la espada.

Es una fuerza mezquina que condeno. Es una fuerza que maldigo. Es una fuerza que es debilidad porque es la fuerza de un prepotente que, al final, se convierte en un arma contra él mismo.

En efecto, dicha fuerza suscita otras fuerzas que, a su vez, resuelven la situación ya sea de un modo humano, con un delito que es la consecuencia de todos los delitos precedentes, ya sea de un modo sobrenatural, atrayendo la ayuda divina, que es mucho más potente que todas las armas y todas las palabras, que doblega la soberbia del tirano, la muda en bondad y de esta manera santa libra a sus sujetos de su tiranía sacrílega.

A Nabucodonosor, embriagado de poder, le pareció lícito pasar el límite también respecto a Dios, pues sustituyó con la idolatría por una estatua de oro - símbolo de su potencia, que él creía divina - hasta el culto de los que adoraban al Dios verdadero.

Sólo Dios es divino. Sólo el poder divino es verdadero poder. Los demás son cometidos de mando porque, por cierto, debe existir un jefe en un grupo étnico, pero eso no implica un superpoder y, tanto menos, un poder divino. Ya he explicado' que se trata de poderes que son tales hasta que Dios permite que lo sean.

He explicado que merecen o no la protección celeste, según actúen para ayudar o para castigar a los hombres. He explicado que dejan de existir cuando exageran al hacer demasiado rudo el castigo para los malvados.

Porque Dios no permite que, para castigar una culpa, se cometa una mayor y,por lo tanto, condena al que ya no es un administrador de justicia sino un culpable abusador del poder.

El hombre dobla su cerviz ante los tiranos, o mejor, ante los potentes y tanto más la dobla cuanto más éstos ejercen despóticamente su poder mal entendido y mal practicado.

Se produce esa idolatría de las multitudes - de la que ya he hablado más de una vez' - hacia uno solo entre ellos, uno que, de modo más o menos lícito y santo, se ha convertido en cabecilla y cumple más o menos justamente su misión.

Y entonces ocurre que estos triunfadores por una hora se ven tanto más idolatrados cuanto menos merecen serlo.

Ocurre porque Satanás es el eterno generador de engaños, el que siempre crea nuevas "bestias" apocalípticas para apoderarse del hombre y las dota del máximo poder de seducción; ocurre porque los hombres llevan en sí el acicate del mal más que el del bien, porque son más propensos al Mal - que es Satanás - que al Bien - que es Dios - y no compensan y neutralizan el impulso maléfico con el amor y la unión con Cristo, vencedor de Satanás.

En el reino de Babilonia, los súbditos, hechizados por el fulgor de la estatua de oro (¡vaya profundo significado!) y por los gritos de los pregoneros que proclamaban la voluntad del rey, se apresuraron a adorar el ídolo. ¡Adoraron el ídolo y no a Dios! ¡Adoraron el ídolo porque era de oro, y el oro es el eterno hechicero!

Dios no es un ídolo de oro. Dios es un Espíritu infinito, eterno, perfecto, que está en el Cielo; Dios es una Carne santísima que en la Tierra pende de una cruz y que en el altar eucarístico vive en el Sacramento.

En el Cielo, los nueve coros angélicos cantan en torno a su trono. En la Tierra, desde la hora del Gólgota hasta hoy y hasta el fin del mundo, en torno a su Cruz se alzan las voces de los que oran y aman (¡que son pocos!) y los alaridos de los que blasfeman (¡que son muchos!).

Los corazones que le adoran y esperan de Él vida y consuelo, parecen lámparas en torno a su Tabernáculo.

Éste es Dios: Espíritu y Carne. No es oro, no es el metal al que habéis dado gran valor porque, cual eternos salvajes os habéis dejado seducir por su centelleo, pero que es menos precioso que el grisáceo hierro con el que se hacen los arados, las hoces, las azadas, es decir, las únicas armas útiles y santas porque rompen los terrones, los abren para que reciban la semilla, siegan la espiga, que es el inapreciable don que Dios ha hecho al hombre, la espiga que es vuestro pan cotidiano.

Los súbditos de Nabucodonosor adoraron el ídolo, la mayor parte de ellos por la seducción del oro; los demás, por miedo a los castigos reales. Todos lo adoraron, menos los tres jóvenes que, por el cuidado del Profeta de Dios, no se habían contaminado con alimentos impuros.

Notad bien la magna enseñanza. Muchas veces el acicate del pecado entra por la boca. En un cuerpo que se nutre ávidamente, con gula, se despiertan también los otros apetitos.

Surge la concupiscencia en su triple apariencia, porque la ofuscación que provoca el alimento excesivo despierta la sensualidad, excita la soberbia y, por consecuencia, impulsa al hombre con avidez hacia el dinero pues, tanto para poseer a las mujeres como el poder, se necesita mucho dinero.

En el fermento de las pasiones muere la fe, el alma se separa de Dios y se prepara de este modo a adorar el primer ídolo que le presenten.

Sidrac, Misac y Abdénago habían llevado una vida casta también en cuanto al alimento. Habían sido fieles a Dios, a su Dios, también al nutrirse.

Y Dios había crecido en ellos junto con ellos mismos. Dios imperaba en su corazón, que era el puro altar al que dedicaban todos sus cuidados, porque era el trono de su Señor.

Has de saber, María, que supieron resistir a todas las amenazas y no temieron, no temieron, porque llevaban vivo en ellos a Dios, el amo de todas sus fuerzas o, más que amo, Padre y Regulador de sus fuerzas. Ni siquiera pensaron que podía ser oportuno discutir con el tirano.

Es una regla conveniente la de no discutir con los malvados, sino implorar a Dios que discuta por nosotros (y, sin duda, mejor de lo que podríamos hacer nosotros) en el corazón de estos seres.

Mira lo que hice Yo, aun siendo Dios, con mis acusadores, inquisidores y jueces. Siempre he truncado de raíz y no he dado ninguna respuesta.

Primero subí a la Cruz rezando y sufriendo; luego, desde el Cielo, obré. Se hace así, pequeño Juan, para aquéllos a quienes se quiere convertir. La primera conversión se obtiene con el dolor y la plegaria. Luego, en el alma preparada para recibirla, desciende la Luz de Dios y se hace Palabra y Vida.

Los tres adolescentes no discuten. Saben que ninguna discusión daría frutos y que es necesario un prodigio para disipar las nieblas en el corazón del rey. Es necesario un prodigio logrado a través de un acto de fe absoluta y de heroísmo intrépido. Fe y heroísmo son las dos flores del amor.

Y el Amor responde al amor. Dios no decepciona nunca. Y por eso Dios, que en su perfección ya sabe cómo reaccionarán los adolescentes, les hace preceder en el horno por su ángel de modo que, cuando los malvados les arrojen a las llamas, ya esté preparado el lugar, fresco como un prado cubierto de rocío al amanecer y ventilado por el ala angélica con una suave brisa, respecto a la cual la dulce aura de abril es sólo un vaho putrefacto. Les hace preceder por su ángel para que las llamas no puedan ni siquiera rozar el cabello más sutil de sus inocentes cabezas y constituyan sólo una viva cortina de calor menos, ¡oh, mucho menos!, intenso que el de su caridad, una cortina extendida entre el mundo pagano y la morada preparada por Dios.

Dios es Padre, [...] Dios anticipa siempre las necesidades de sus hijos. Cuando le llamáis para que os ayude, Él ya ha dispuesto lo necesario. Pero hay que tener fe, una fe grande, y una gran gratitud.

¡Es tan bello el grito que se alza de la Tierra, del corazón de un hombre agradecido, y sube al trono de Dios! Resuena como un acorde de arpa en el Paraíso y por un instante callan todas las armonías celestes porque todo el Empíreo se inclina a escuchar ese grito de gratitud que un hijo bueno envía al Padre bueno.

Luego todos los coros de los ángeles y de los bienaventurados recogen, repiten, expanden ese grito, que se convierte en el canto de ese día en el lozano Paraíso, y resplandece la Trinidad en su alegría y ríe María con su risa de Madre y Reina.

Recuerda, [...] que son demasiado pocos los que agradecen. ¡Y sólo Dios sabe cuántos dones os regala! Ni siquiera los advertís. Para no ofenderos como con un óbolo, su amor Paterno os los concede tan dulcemente, que estáis convencidos de que es un mérito vuestro. No, no es así. De la mañana a la noche, de la noche a la mañana, Dios os colma de beneficios.

Y no se lo agradecéis. No agradecéis ni siquiera las "grandes" gracias recibidas. [...]

Pero debes decirme "gracias" siempre, siempre, siempre, desde el alba hasta el ocaso, desde la noche hasta la mañana.

Que tu "gracias" colme el Cielo continuamente, por ti y por todos los infinitos seres que viven y mueren sin expresar un "gracias" a su Dios. Como los tres adolescentes, expande tu "gracias" exhortando a todas las cosas creadas a unirse a tu canto: a las cosas, pues con su lenguaje, saben alabar a Dios mejor que los hombres.

Únete a los santos del Cielo y a los santos de la Tierra para expresar tu "gracias". Únete a Mí-Eucaristía y, con los labios endulzados y perfumados por el Pan de vida, reza y agradece a Dios Padre junto con el mismo Cristo, que vive en ti. Y como aconteció para los tres adolescentes y el rey cruel, el prodigio volverá a acontecer.

Los hombres "verán" a Dios por medio de tu rezo. No todos le verán. Pero aunque fuera uno solo, recibirías mi bendición una vez más.

Nabucodonosor en el ángel ve a Dios y comprende que no se lucha contra ese Dios. Comprende que su ídolo es una materia inerte convertida en pecado por culpa del hombre y que el verdadero Dios es sólo uno: el de Sidrac, Misac y Abdénago e, inflamado por la Luz, reconoce el error, lo confiesa y honra y practica el culto del Dios santo, Señor del Cielo y de la Tierra.

¿Ves, [...] cuánto puede la fe de tres adolescentes?[...]».

 

Maria Valtorta: Los cuadernos. 1943; 1944; 1945

Maria Valtorta: Los Quadernos 1943
Maria Valtorta: Los Quadernos 1944
Maria Valtorta: Los Quadernos 1945
Maria ValtortaLos Cuadernos recogen escritos sobre temas ascéticos, bíblicos, doctrinales, de crónica autobiográfica, además de descripciones de escenas evangélicas y de martirios de primeros cristianos.

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