(CEV) "El Evangelio como me ha sido revelado", Vol. X, p. 74
Baja de la cruz y creeremos en ti
La gente, empezando por los sacerdotes, escribas, fariseos, saduceos, herodianos y otros como ellos, se procura la diversión de hacer como un carrusel […]. Los que más se ensañan son los miembros del Templo, con la ayuda de los fariseos.
Sumo sacerdotes: «¿Y entonces? Tú, Salvador del género humano, apor qué no te salvas? ¿Te ha abandonado tu rey Belcebú? ¿Ha renegado de ti?» gritan tres sacerdotes. [...]
Una muchedumbre, en coro: «Baja de la cruz y creeremos en ti. [...] »
"Sálvate y sálvanos"
Pero el ladrón de la izquierda sigue diciendo insultos desde su cruz. [...]
Ladrón: «Sálvate y sálvanos, si quieres que se te crea. ¿El Cristo Tú? ¡Un loco es lo que eres! El mundo es de los astutos y Dios no existe. Yo existo, esto es verdad, y para mí todo es lícito. ¿Dios?... ¡Una patraña! ¡Creada para tenernos quietecitos! ¡Viva nuestro yo! ¡Sólo él es rey y dios!».
"¡Calla! ¿No temes a Dios?"
El otro ladrón, que está a la derecha y tiene casi a sus pies a María y que mira a Ella casi más que a Cristo, y que desde hace algunos momentos llora susurrando: «La madre», dice:
El buen ladrón (Disma): «¡Calla! ¿No temes a Dios ni siquiera ahora que sufres esta pena? ¿Por qué insultas a uno bueno? Está sufi-iendo un suplicio aún mayor que el nuestro. Y no ha hecho nada malo».
Pero el ladrón continúa sus imprecaciones.
Jesús calla
Jesús calla. Jadeante por el esfuerzo de la postura, por la fiebre, por el estado cardiaco y respiratorio, consecuencia de la flagelación sufrida en forma tan violenta, y también consecuencia de la angustia profunda que le había hecho sudar sangre, busca un alivio aligerando el peso que carga sobre los pies suspendiéndose de las manos y haciendo fuerza con los brazos.
Quizás lo hace también para vencer un poco el calambre que ya atormenta los pies y que es manifiesto por el temblor muscular. Pero las fibras de los brazos -forzados en esa postura y seguramente helados en sus extremos, porque están situados más arriba […].
Los judíos, rechazados hasta fuera de la explanada, no dejan de insultar, y el ladrón impenitente hace eco.
El otro, que mira con piedad cada vez mayor a la Madre, y que llora, le reprende ásperamente cuando oye que en el insulto está incluida también Ella.
El buen ladrón (Disma): «Cállate. Recuerda que naciste de una mujer. Y piensa que las nuestras han llorado por causa de los hijos. Y han sido lágrimas de vergüenza... porque somos unos malhechores. Nuestras madres han muerto... Yo quisiera poder pedirle perdón... Pero ¿podré hacerlo? Era una santa... La maté con el dolor que le daba... Yo soy un pecador... ¿Quién me perdona? Madre, en nombre de tu Hijo moribundo, ruega por mí»
La Madre levanta un momento su cara acongojada y le mira, mira a este desventurado que, a través del recuerdo de su madre y de la contemplación de la Madre, va hacia el arrepentimiento; y parece acariciarle con su mirada de paloma.
Dimas (el nombre del buen ladrón) llora más fuerte. Y esto desata aún más las burlas de la muchedumbre y del compañero.[...]